Esto Es Lo Que Encontré En Mi Viaje A Palestina: Desesperación Desgarradora Y Esperanza Implacable
Nunca había visto nada como aquello. Es realmente difícil de explicar, aunque la verdad es que sería mejor decir que nunca había sentido nada así. Cuando aterrizas en un lugar rodeado por el desierto y te das cuenta de que estás en, literalmente, la cuna de la civilización. No hay palabras para describir esa sensación. Antes de tocar tierra atraviesas unas nubes que recuerdan puños coléricos alzándose contra la injusticia; algo que no se ve en ningún otro lugar.
Bajas del avión y lo notas. La historia se palpa en cada esquina. Mires donde mires sientes el conflicto, la guerra, la desolación, el odio… pero también el amor, la paz y, sobre todo, la esperanza. Descubres el verdadero significado de la Tierra Santa; se apodera de tí, se hace dueña de tu cuerpo, tu mente y tu alma.
Aterricé en el aeropuerto de Tel Aviv, al que le da nombre un famoso sionista llamado Ben Gurion, a principios de noviembre. Por aquel entonces en Europa se hablaba en los medios de comunicación de una reactivación del conflicto entre Israel y Palestina e, incluso, del comienzo de una Tercera Intifada.
Así que llegué a aquel lugar para formar parte de unas series de conferencias y encuentros de la mano de una organización holandesa, Horizons. Un grupo de jóvenes europeos nos reuniríamos en Belén para descubrir la realidad palestina o, lo que es lo mismo, para vivir de primera mano el conflicto más antiguo aún en vigor. Lo gracioso – si es que se puede utilizar ese término en esta situación – es que no solo vivimos el conflicto en primera persona sino que lo experimentamos a todos los niveles posibles. La experiencia fue, al final, algo mucho más profundo de lo que esperábamos: un viaje que nos cambió la vida a todos los presentes.
Sin duda debemos ser conscientes, en primer lugar, de que todo lo que hemos escuchado hasta ahora sobre Israel y Palestina es tendencioso y, en muchas ocasiones, está manipulado por el Estado de Israel. Es verdad que influye mucho el país del que provenga la información: no es lo mismo el discurso mediático en España que en Reino Unido. Cuando hablo de Israel, no me malinterpretes, me refiero a la clase política, al gobierno y su burocracia, las ramas más conservadoras y derechistas. En ningún momento estoy hablando de la ciudadanía ni de ningún aspecto religioso.
Al referirme a la manipulación en el discurso oficial, tanto político como mediático, a nivel mundial intento situarme en el centro del tablero y no ser tendenciosa -aunque cueste intento hablar desde la razón y no desde el corazón. Después de ocho días viajando por Palestina e Israel y conociendo a su población, hablando con hombres y mujeres -e, incluso, niños-, población civil, miembros de ONG y activistas es dificil desoír una realidad que durante muchos años ha sido ignorada por el mundo. Palestina se encuentra en un limbo entre dos realidades. Por un lado, las sonrisas de esperanza y la hospitalidad a base de té con menta. Por otro, los checkpoints militares, la humillación y las miradas gélidas de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI o IDF por sus siglas en inglés).
Antes de nada quiero dejar claro que no podemos seguir utilizando la palabra “conflicto” tan a la ligera cuando tratamos el problema entre Israel y Palestina. “Conflicto” es un término confuso para la mayoría de la población, que se suele estar mal asociado con “guerra”. Al hablar de “conflicto” situamos a los israelíes y palestinos en el mismo nivel, como si un palestino con una piedra o, en el peor y más raro de los casos, un cuchillo fuese comparable con todo el complejo entramado militar creado por Israel -por cierto, supuestamente una de las fuerzas de defensa mejor equipada y entrenada del mundo. El “conflicto” palestino-israelí no trata de un ejército luchando contra otro, ni siquiera es un grupo paramilitar o una milicia enfrentándose a un Estado y a sus militares.
Lo que lleva pasando en Palestina desde 1948 -y cada vez ocurre con más voracidad- es simple y llanamente una ocupación al más puro estilo colonial. Un Estado reconocido (Israel) está ocupando de manera ilegal las tierras, vidas, culturas y tradiciones de los palestinos y, por eso, Palestina es reconocida internacionalmente como los Territorios Palestinos Ocupados. Hay que dejar claro que no nos encontramos ante dos contendientes iguales sino ante ocupados (Palestina) y ocupantes (Israel). No podemos olvidar que se trata de colonización en el sentido clásico de la palabra y eso es algo que muchos políticos y medios occidentales suelen olvidar.
Imagina por un segundo la vida bajo la ocupación. Imagina vivir bajo una amenaza constante a tu integridad física -además de mental- y a la de toda persona que te importa. Israel ha ocupado todos y cada uno de los aspectos de la vida de la población palestina, en ocasiones de manera sutil y en otras no tanto. Los palestinos son prisioneros en su propia tierra, viven literalmente separados físicamente a través de checkpoints y el muro del apartheid de sus familias, amigos, trabajos, escuelas y tierras. Los palestinos -no importa si son hombres, mujeres, ancianos o niños y niñas- son humillados a diario por los soldados -hombres y mujeres- de la FDI, que no dudan ni un segundo en apuntar con el dedo en el gatillo a civiles desarmados.
¿Te imaginas que en una (supuesta) democracia moderna haya veinteañeros -e incluso ancianos- que nunca haya podido visitar la capital de su país? Esto ocurre en Israel, donde la mayor parte de los palestinos tienen negado el derecho a acceder a Jerusalén -incluso Jerusalén Este, que es oficialmente zona palestina. Es más, ¿sabías que hay palestinos que nunca han podido pegarse una ducha o leer por la noche? Algo tan rutinario como abrir un grifo, lavar la ropa, lavarse los dientes o encender un interruptor se convierte en una odisea. Mientras Israel conciencia a su ciudadanía de la escasez de agua que sufre la región y la necesidad de no malgastarla, racionaliza el agua que le llega a la población palestina y, en ocasiones, como castigo colectivo destruye los tanques de agua en los que los palestinos acumulan la modesta cantidad que utilizan a diario. Es más, Israel controla el 80% del suministro de agua del país y de Cisjordania y el 60% de toda la zona del Valle del Jordán.
En resumen: los palestinos no pueden acceder a las tierras de las que son propietarios legales e Israel racionaliza el agua y la electricidad a la que tiene acceso la población palestina. Una situación verdaderamente democrática y normal, ¿verdad? Cisjordania tiene uno de los skylines más llamativos del planeta: mientras los asentamientos de colonos parecen pueblos y ciudades modernas, las ciudades, pueblos y aldeas palestinas se caracterizan por los bidones negros que adornan los tejados. ¿Por qué llama esto la atención?, te preguntarás. Sencillo, esos bidones contienen el poco agua al que los palestinos pueden acceder. Y esos bidones, además, son objetivo de incontables ataques.
Aún hay algo todavía más impactante: cuando conduces por Cisjordania no puedes dejar de reparar en el humo que sale de los alrededores de las aldeas. ¿Es ese el resultado de la Intifada?, preguntas atónito. No, te responden, ese humo viene de las hogueras donde se quema la basura y los residuos de los pueblos. Mientras los palestinos tienen que pagar impuestos a Israel por “mantener los servicios de limpieza”, estos nunca llegan (ni siquiera a Jerusalén Este) y los desechos se acumulan en las cunetas o se queman en grandes hogueras que nunca dejan de arder.
Cuando te encuentras en medio de esta situación, cuando lo observas todo como extranjera, la frustración y la rabia se apoderan de ti. Es agotador pensar lo fácil que sería vivir en paz, como iguales, y lo complicado, inhumano y atroz de la situación. Como uno de mis compañeros de Horizons comentó sabiamente “esta es la Tierra Impía (del inglés, “This is the (un)Holy Land”). El juego de palabras en español es menos representativo que en inglés, hablamos de la Tierra Santa cuando lo que ocurre allí se puede calificar de cualquier manera menos “santa”. Cómo podemos hablar de santo o sagrado mientras que haya dolor y heridas y minas antipersona y gas lacrimógeno y metralla y muertos y huérfanos, viudos, viudas, madres y padres que tienen que presenciar las detenciones arbitrarias de sus hijos e hijas e, incluso, sus asesinatos.
Durante nuestro viaje conocimos a mucha gente, toda ella muy diversa. Visitamos a los beduinos, que compartieron con nosotros un delicioso té con menta y las historias de las demoliciones de sus casas y las detenciones administrativas. Asistimos a conferencias en la universidad de An Najah en Nablus, donde conocimos a estudiantes que nos explicaron cómo viven su día a día en la ciudad de la resistencia.
Aprendimos las claves de la resistencia no violenta -una gran desconocida para el gran público- en localidades como Nabi Saleh, Battir y otros pueblos. También descubrimos organizaciones y asociaciones que luchan por integrar a todas las personas de la comunidad como el Sumud House en Belén. Sentimos en nuestra piel los efectos del gas lacrimógeno con el que Israel ataque a los manifestantes a diario en, por ejemplo, el campo de refugiados de Aida. Nos dimos cuenta de cosas imposibles de comprender hasta que no las tienes delante como que los campos de refugiados se extiendan de tal manera que acaban convirtiéndose en ciudades, las detenciones administrativas -incluso de menores- y la destrucción deliberada de infraestructura y viviendas.
Vimos, tocamos y odiamos el muro de la vergüenza que separa Cisjordania, convirtiendo la vida en un verdadero apartheid, que divide las tierras, el cuerpo y el alma de los palestinos. Vimos casas acorraladas por un muro lleno de grafitis en pro de la libertad y los derechos humanos. Hemos visto tantas cosas hechas por hombres y mujeres que no deberían ocurrir en pleno siglo XXI. Hemos experimentado la humillación a la que se tienen que someter los palestinos cuando viajan en autobús y pasan por un checkpoint.
Frustración, rabia, dolor, odio… Todos esos sentimientos son resultado de una situación insostenible que ha sido ignorada durante demasiado tiempo. Sin embargo, a pesar de todo lo malo, a pesar de todo el horror, sigue habiendo esperanza. Esperanza por conseguir la libertad, esperanza por la vida y el futuro.
Palestina está llena de hombres y mujeres que sueñan con la libertad y luchan por ello con todas sus fuerzas a diario. Además, agradecen las visitas de los extranjeros que buscan conocer de primera mano la versión olvidada en muchas ocasiones de la historia.
La población palestina tan solo reclama su vida, sus derechos, igualdad, acceso al agua, electricidad, medicina… El simple hecho de poder ir de casa al colegio sin tener que atravesar colas infernales en checkpoints y el escrutinio de soldados es algo básico y humano, no es una petición descabellada. Ellos quieren las mismas cosas que tú y yo quiera.
Mientras el mundo entero crítica los fracasos de los procesos de paz, los palestinos sobreviven. Siguen luchando y protestando sin importar cuántas bombas de gas lacrimógeno les lancen o cuántas veces les detengan.
Seguimos hablando de la solución de los dos estados cuando no existen dos estados viables de los que hablar. En la actualidad la única solución posible -teniendo en cuenta que el mapa de Cisjordania parece un queso gruyere- es pensar en un estado como solución. Un estado en el que palestinos e israelíes vivan en paz, como iguales, donde se respeten todas las etnias y religiones, donde se respete la propiedad y titularidad de las tierras, donde las violaciones de derechos humanos no sean la norma. Una solución que ponen sobre la mesa muchos activistas palestinos pero ¿estarían Israel y toda su vertiente de derechas del gobierno dispuestos?
Si tuviese que resumir mi experiencia en los Territorios Palestinos Ocupados con Horizons de una manera sencilla diría que la población palestina es un ejemplo a seguir en tanto en cuanto que no pierden la esperanza, ni tan siquiera en los momentos más duros. Son mujeres y hombres valientes que nos enseñan cada día a no rendirnos, resistir, seguir luchando. Como la poetisa Rafee Ziada recita: “Nosotros [los palestinos] enseñamos vida, señor”.
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